Toma-la ciudad tuvo su
clausura hace unos días, pero la ciudad no se ha ido ni se irá. Y junto con la
ciudad, las calles también se vienen a quedar, para hacer con, en y de ellas,
cualquier posibilidad.
El teatro de calle es un
gesto amable que invade y asalta el espacio urbano, que pesca cómo es que este
funciona, y no sólo se acomoda en él, sino que viene a embestirlo y a irrumpir
con su orden cotidiano. No pregunta, ni pide permiso, en todo caso pedirá
perdón, pero sólo después de haberse presentado, perdón pues es que ha
penetrado un espacio de tiempo rutinario. Viene a dialogar con la gente, la que
es gente y la que no, totalmente abierto para quien quiera detenerse a mirarlo.
Viene a jugar con los sentidos como espectáculo que acontece visual, auditiva y
reflexivamente, que acontece en un flujo estrictamente cultural y político,
pues toma la ciudad como seno creativo de los movimientos y desplazamientos del
comportamiento de la cultura. Juega con los elementos físicos redefinibles e
intervenibles. Viene a contar una historia, a romper la cotidianidad de esos
que andan por las calles, que andan hasta en automático, que saben en qué
parada bajarse y cuantas cuadras faltan para el destino deseado. El teatro de
calle viene a interferir, a colarse en el espacio imaginado de las miradas de
los transeúntes, miradas distraídas y/o atentas a aquello que sugiere la
ciudad. Es un proyecto escénico que está obligado a funcionar en medio de todos,
en medio de ruidos, en medio de calores y fríos, en medio de aplausos y miradas
distantes, curiosas, infantiles y vejestuosas.
Desde esta perspectiva, la
interferencia teatral viene a reconstruir el espacio urbano y la experiencia de
la calle. Es una manifestación política exhibida desde la narrativa escénica,
que no se gestiona comercialmente, que se revela en un espacio de convivencia, que
no es solo una ceremonia cívica, sino una resistencia cultural a las políticas
públicas, es desorden lúdico que invita a vivir una ciudad habitable. El teatro
de calle viene además a intervenir en una ciudad profundamente estipulada por
la transformación tecnológica, que condiciona gustos y pasatiempos de distintos
sectores. No es un teatro asequible solo para la exclusividad, está ahí afuera, para que
se lo topen un par de enamorados, un trío de apasionados, los solitarios, los
que trabajan cerca, los que van de la mano de su mamá, los que ya están cansados, los
que ya se casaron, los desquehacerados, los desquiciados, los desorientados, los bien vestidos, los bien mal vestidos, los de paso, a los que les parece, y a los que de plano, les aborrece. No se cobra ni la limosna, no hay fila ni sección viaipi, si acaso nos llueve, y vamos a terminar bien empapados.
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