
Pablo
traza una trayectoria en tanto que si cambia el espacio, cambia a su vez la comunicación: la
plaza pública, lugar común de acceso libre donde se dialogaban y debatían temas
de interés público. Aparecen las calles como vestigios del espacio pensante
hacia un espacio más privado; las calles dejan de ser senderos hacia la plaza y
se organizan para el tráfico de carruajes. Se asoman las casas, espacio
doméstico donde se habla sobre la colectividad, sus habitantes miran a
través de sus ventanas el espectáculo externo. Surge la casa pública: los
cafés y el teatro, espacios de conversación y representación del espíritu de la
sociedad en el que las diferencias de la calle no tenían cabida. La inexistencia de jerarquía social en estos espacios donde
ocurría la opinión pública, da lugar al parlamento. Si bien se funda en función
de la conversación parlante, la introducción de funcionarios expertos en el
reino del raciocinio, provoca una ruptura en la comunicación y empieza la
información, y junto con esta, la administración y organización de la sociedad y
sus recursos:
La
calle, tránsito de hombres, las mujeres pa’ su hogar ¡y guarden esos senos! Los
cafés y tabernas, ¡prohibido hablar entre ustedes, tomen sus brebajes y a sus
casas! Los teatros, ¡sólo aplausos, a sentir a sus cuartos! Y una vez todos
encerrados, desnudos y borrachos, comenzaron a hacer sus viviendas habitables,
se volvieron a cerrar puertas, y no para no dejar entrar a nadie, sino para no
dejarlos salir. Se vive con interés lo de adentro, que afuera ha dejado de
importar. Como última instancia queda el cuerpo, espacio íntimo y privado, y
así sale el baño donde el individuo aislado se encuentra a sí mismo. ¡A cagar a
otro lado!
Los
espacios públicos y privados están en todas partes en tanto son creados, y los
individuos, personas colectivas, se mueven en estos, se muestran y ocultan, y
pueden ser tantas personas quieran según
el espacio vaya cambiando.
Fernández Christlieb. El Espíritu de la calle,
págs. 1-48.
Fotografía tomada por Claudio Orozco.
El pensamiento anda suelto, pero corre peligro de quedarse encerrado si no tiene calles por donde circular, si se destruyen los espacios de la memoria colectiva. ¡Muy buena aportación Andrea!
ResponderEliminarDespués de leer la lectura de Pablo la semana pasada, me preguntaba en qué momento de la historia nos encontramos ahora...
ResponderEliminarAnte la crisis económica y social que vivimos a nivel mundial, ante la corrupción política (que se extiende desde Europa hasta América Latina),..., ¿dónde está el ciudadano? ¿dónde está el pensamiento alternativo? ¿dónde están las nuevas propuestas más allá de lo que nos dictan los grandes bancos? ¿en qué se ha convertido nuestro espacio "público", ese espacio que es de todos y que ha de ser un espacio de ocio pero también de reivindicación, de generar nuevos planteamientos?
Bajo mi punto de vista, creo que el espacio público, su uso, responde a lo que la sociedad quiere y es. Si una sociedad está enfocada al consumo, a la producción, al bienestar,..., el espacio público se difumina como lugar en el que se genere pensamiento, se termina convirtiendo en algo meramente funcional, en una herramienta más al servicio del sistema...
El pensamiento puede que ande suelto pero quizás aquello que lo bloquea, que lo paraliza, es una falta de esperanza generalizada, unos sistemas educativos que potencian más la repetición que la generación de nuevas ideas, etcétera.
Creo que recuperar el espacio público como vía en la que circule el pensamiento es importante, pero también esto ha de venir acompañado de otros cambios (sociales, políticos, económicos, de ritmo de vida,...)