jueves, 5 de septiembre de 2013

Y nosotros, ¿Atenas o Esparta?

En la antigua Grecia convivían diversas formas de entender el gobierno. Así, Atenas era una ciudad abierta, tolerante, donde imperaba la discusión, donde se practicaba la democracia. Sin embargo Esparta era la antitesis de lo anterior, se decía que en ella imperaba la obediencia ciega a las órdenes de la autoridad, sin reflexión, sin debate.
Al hacer una mirada contemplativa y panorámica sobre el pasado uno se pregunta dónde se sitúan hoy nuestras ciudades, nuestros gobiernos, ¿somos Esparta o somos Atenas?, ¿hacia donde vamos?, ¿hacia donde queremos ir?.

La ciudad ateniense
Antes de abordar estas preguntas vamos a hacer un pequeño repaso sobre la ciudad ateniense, sobre la distribución de sus espacios, sobre la forma de entender la vida. Lo primero a lo que estamos invitados a deternos es en la palabra democracia. Decimos que en Atenas se practicaba la democracia, esto es que para el ateniense el poder de su gobierno residía en el pueblo. Además en el ateniense se daba una obsesión por mostrar, exponer o revelar, de ahí que exhibir el cuerpo fuera un signo de afirmar la dignidad como ciudadano. En cuanto a la distribución de los espacios también se observa esta obsesión por mostrar, el exterior era impactante, símbolo de las batallas ganadas. A medida que se avanza por la ciudad se va descubriendo el barrio de los alfareros, las casas familiares que combinaban lo laboral y lo familiar. Caminando poco a poco llegamos al ágora, a la plaza pública, al centro de la ciudad y de discusión, a la fábrica de pensamiento. Fuera de las murallas estab las academias en las que se enseñaba a los jóvenes mediante la discusión y no a través del aprendizaje rutinario. Un lugar importante lo ocupaban los gimnasios en los que se esculpía el cuerpo, especialmente en la adolescencia. En este espacio se fomentaba la lucha, la competitividad y también se educaba en la manera de estar desnudo sexualmente (para desear y ser desaeado honrosamente). El último elemento y quizás el más importante es El Partenón, símbolo de civismo, se podía ver desde diferentes puntos de la ciudad.

¿Y nosotros?
La palabra ciudad proviene del griego polis que significa "donde los ciudadanos alcanzan la unidad". Si observamos nuestras ciudades podemos observar como muchos aspectos de nuestra vida están orientados, más que a alcanzar la unidad, al funcionalismo, a la productividad, al consumo. Lo anterior, en comparación con la ciudad ateniense, podríamos verlo en algunos ejemplos:

-) Nuestras academias/universidades/escuelas, en muchas ocasiones, están orientadas a producir conocimiento para responder al sistema económico, social y económico que hemos heredado. ¿No sería mejor que estuvieran orientadas a generar pensamiento, reflexión social, que motivaran a la regeneración social y cultural?
-) La plaza pública se encuentra colapsada de establecimientos de consumo, de autos (los espacios peatonales se han reducido al máximo). Es un lugar de encuentro y reunión pero individualista, anónimo (quedo con quién quiero).
-) Las casas están distribuidas de tal forma que se fomenta el individualismo, la privacidad.
-) Del concepto de democracia podríamos hablar mucho. Algunos dirán que nuestra organización gubernamental es democrática porque cada "x" años elegimos a nuestros representantes... ¿Es esa la democracia que queremos? ¿Con esta forma de gobierno estamos implicados en el día a día de nuestra ciudad, de nuestro país?

Quizás no sea bueno hacer comparaciones... Ésta es la sociedad, el modelo de ciudad en la que nos ha tocado vivir del mismo modo que al ateniense de la época le tocó el suyo. Ni la ciudad ateniense era perfecta ni lo es la nuestra. Aún con todo, no cabe duda de que mientras unos modos de vida humanizan, otros deshumanizan y, quizás, en las culturas antiguas podemos ver reflejados aspectos a los que hemos de aspirar para hacer de nuestra vida, una más humana

Hoy nos hacen falta referencias, partenones (símbolos de civismo) que podamos ver en cualquier dirección. Estos puntos de referencia no nos los darán ni los políticos actuales, ni los economistas de Wall Street, pero quizás podemos encontrarlos, por ejemplo, en las culturas antiguas o en las indígenas que aún habitan la tierra. 
Hace falta que los ciudadanos nos unamos y creemos un nuevo ágora para que desde él se genere pensamiento, nuevas formas de sociedad, de participación; hace falta que en nuestras universidades se potencie el pensamiento crítico, que ellas sean fábricas creativas y no cadenas de producción en masa, troqueladoras de pensamiento...


SENNETT, Richard (1994). Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilizaciòn occidental. Madrid: Alianza.

3 comentarios:

  1. Se me hace muy interesante tu comentario donde parece que la forma en que nuestra ciudad está construida nos lleva al mismo tiempo al individualismo, la enajenación, alienación, poca refelxión etc. Así pienso que nuestro cuerpo es una gran representación de nuestra vida social, así como ésta se refleja en el cuerpo y nuestras prácticas; por ejemplo, me llama mucho la atención como al estar inmersos en el capitalismo y su funcionamiento de acumulación de capital que lleva involucarado en sí la privatización y el consumismo, se refleja en nuestra ciudad con su gran cantidad de publicidad; sus cotos, tiendas donde el objetivo es el estatus (paredes que nos separan, nos dividen y enajenan); periferias y zonas resagadas, que no aportan al sistema capitalista como deberían, abandonados y con poca atención; en la cantidad enorme de cosas y lugares para consumir, etc. Siendo así nuestro cuerpo un receptor al que hay que estimular (información, deseos, luces y grandes espectaculares, etc.), un cuerpo de consumo, el cual si no lo es o no representa una gran ganancia, entonces se le avandona. También al cuerpo se le visualiza dendro de la oferta y demanda, donde lo importante es vender y comprar, no pensar (hoy soy una mujer sumisa, mañana seré una dominante dependiendo de la demanda); quizá de aquí venga gran parte de nuestro vacío al no tener algo que nos sostenga en nuestra identidad, esa busqueda constante de cambio y las emociones y experiencias fuertes para "poder encontrarnos o sentirnos" ante una ciudad sobrecargada que nos hace buscarnos fuera de nosotros mismos.

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  2. Las identidades ya no son perpetuables, es decir, la duración en que permanecemos en una ya no es sustancial, sino la velocidad con la que resucitamos en otra. Dependiendo de la demanda, demanda de los espacios. Me recuerda lo que decía Pablo Fernández que podemos ser tantas personas queramos en tanto los espacios cambien.

    Otro ejemplo de las plazas públicas son las plazoletas en el antiguo Teotihuacan, por mencionar otra cultura.

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  3. Nos hemos dejado encerrar, como diría Christlieb, en un muro de tela y una puerta de botones, que nos hace inmostrables e inaccesibles, que nos delimita lo que es privado y nos va dejando cada vez menos espacios de diálogo y de participación en la toma de decisiones.
    Parece que votar cada seis años y después irnos a esperar ya no es suficiente. Hoy nos toca cambiar esa "democracia burguesa" que nos ha estado representando, nos toca educarnos e informarnos, movilizarnos, ser conscientes de nuestros derechos.

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