jueves, 5 de diciembre de 2013

Teatro que politiza

"Queríamos cambiar el mundo, y desde luego, no lo conseguimos. Ahora lo que intento es que el mundo no me cambie a mi..."- Película Noviembre (2003)

       Encontramos en el teatro callejero una manera de compartir en un espacio y con un público algo que valía la pena ser escuchado, pero que sobre todo, invitaba al diálogo. Sabíamos que habíamos encontrado la forma de politizar, empezando por nosotros mismos; de vencer el miedo y la vergüenza para resignificar y reapropiarnos de nuestra calle, nuestros espacios públicos, en concreto nuestro centro histórico.
       El teatro en la calle deja ver reacciones, provocaciones, es una interacción cara a cara con las personas que por mera coincidencia pasaron por ahí. Por esto, el transeúnte con su respuesta y su cercanía, forma parte esencial de un público que se encuentra en el mismo escenario que los actores, ya no desde una butaca que los hace meramente receptivos.
Comenzar a actuar en los tres escenarios nos costó a todos. La vergüenza y la incertidumbre me invadían a momentos, sin embargo, de repente y sin esperarlo, nos conectábamos al empezar el performance, nuestras mentes se fundían en una sola, en una energía emocional que nadie podía parar y que contagiábamos a nuestro público (Fernández, 2010). “Está muy padre lo que hacen, felicidades” me dijo una de nuestras observadoras mientras me regalaba su firma en pro de la diversidad en pleno acto. Así sin más, sin explicar, simplemente actuar y dejarnos llevar por nuestro rol, íbamos contagiando a los demás, invitándolos a unirse a una sola conciencia colectiva.

       Nos perdimos, nos acabamos el dinero, nos prestaron dinero, nos subimos al tren ligero, actuamos, nos perdimos otra vez y nos acabamos el dinero otra vez. Fui víctima de una deriva de paso ininterrumpido que nos llevó a perdernos en las calles y en los roles que representábamos. Sin quererlo, estábamos transgrediendo los límites de nuestro cuerpo y nuestra ciudad, dejándonos llevar por el terreno y los encuentros que le correspondían (Debord, 1958). Cansados pero satisfechos, logramos compartir por instantes nuestra idea, luchar por el reconocimiento de la diversidad, por las minorías. Vincularnos con extraños y con otros ciudadanos, reconociéndonos a nosotros mismos.

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