martes, 9 de diciembre de 2014

Marcha solidaria: Guadalajara con Ayotzinapa (8 de octubre).


¡Queremos que se escuche nuestra voz, de Jalisco hasta Guerrero! ¡Toda una vida de lucha y un minuto de silencio! ¡Que cese la represión, compañeras y compañeros! ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!



Este era el clamor, el grito de guerra de una masa harta y enfurecida de aguantar tanto atropello, arrebato, impunidad y atentado contra los derechos y la humanidad misma del pueblo. ¿A dónde vamos a parar?

El pasado 8 de octubre se dio cita una importante multitud en la glorieta de la Normal para llevar a cabo una marcha en solidaridad con Ayotzinapa. Al llamado rápidamente respondieron y confirmaron varios colectivos de arraigo en (nuestra) ciudad, entre ellos el 131 ITESO, el Colectivo 132 Gdl, Familias Unidas por nuestros desaparecidos Jalisco, Colectivo de Reflexión Universitaria y Asamblea Estudiantil de la U. de G., entre otros, pero mucha más gente, independiente y diversa, estuvo también ahí. La convactoria salió de los familiares de los 43 normalistas que desaparecieron durante los eventos del pasado 26-27 de septiembre, con la meta en mente de exigir otra cosa que no es más que justicia y verdad, que hacen (mucha) falta en nuestro país. Asimismo, se pidió a los participantes portar vestimenta negra, velas, y algunos, flores.

La multitud caminó hacia la Plaza de la Liberación. Se pretendía hacer una marcha silenciosa, pero fue imposible. Cómo se va a callar aquello. Esto en realidad no se dio sólo en Guadalajara, sino en todo el país, e incluso en otros partes del mundo. El mismo día se marchó en el DF y en varios, muchos, estados de la república. Días después, en Nueva York, Gael García encabezó un movimiento similar en menor escala; a León Larregui lo detuvieron quien sabe por qué (que no me extraña por lo impulsivo, medio borrachales que se pone y jarcor contra la autoridad y todo aquello que no le parezca) después de un concierto con su banda; Caifanes hizo lo propio levantando la mano en una presentación, y en Ámsterdam, en último partido entre el Tri y la Naranja Mecánica, también algunos paisanos gritaron y llevaron camisetas y pancartas en protesta.

Fue una experiencia nueva para mi, puesto que era la primera marcha a la que asistía. A las voces de los cientos de marchantes acompañaron algunas banderas rojas y muchísimas pancartas: “¡Gobierno Terrorista!”; “¡Asesinos!”; “¡No nos desaparecerán!”; “#AyotzinapaSomosTodxs”; “Pude haber sido AYOTZINAPA”. Había una que denunciaba: “Dictadura, narcogobierno (que me recordó un poquito los términos tan rimbombantes que emplea Preciado en su Testo Yonqui: “tecnopornopunk”…), ¡justicia!”, mientras se caminaba hacia la plaza.

Llegado al punto de reunión acordado, se dieron algunos momentos simbólicos bastante significativos. Uno de ellos fue cuando se dio lectura a los nombres de los 43 estudiantes desaparecidos y se colocaron veladoras y flores para recordarlos. Otro, del que no se puede no escribir, es el de la intervención de Ofelia Medina, una actriz y activista social, quien, cerca del término de la marcha, dio lectura a un manifiesto. Algunas de las cosas que recuerdo que dijo fueron:

“Vivos se los llevaron, vivos los queremos. Exigimos la presentación con vida de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, desaparecidos ante el crimen de estado, ni perdón ni olvido. ¡Justicia! Ante esta situación en un país donde las desapariciones, la tortura y el crimen se ha convertido en hechos cotidianos, donde reina la impunidad, la injusticia, el tráfico de influencias y la colusión por parte de la fuerza pública con las organizaciones criminales como las que operan en el estado de Guerrero, en complicidad o bajo la vista gorda de la fuerza pública en todos los niveles. La represión y el asesinato de jóvenes no son hechos aislados, sino un crimen de estado, un acto de lesa humanidad”.



Todo este ejercicio de reflexión, además de dejar impotencia e indignación, me ha puesto a pensar también en la forma en que se estructuran las movilizaciones sociales. Los movimientos sociales surgen como respuesta natural a oportunidades para la acción colectiva que el medio ofrece, y el desarrollo de este movimiento se ve determinado por sus acciones que, según Tilly (1978), se transmiten culturalmente. Ahora, en el caso de este movimiento, mismo todos son uno. Los padres de los estudiantes desaparecidos, los estudiantes que apoyan el movimiento y todas las personas que se han activado en apoyo a la causa, han tomado partido, en cierta forma, a partes iguales. La acción colectiva se emplea para comunicar y transmitir las exigencias de los movimientos sociales, pues supone una exteriorización de demandas que, de otro modo quedarían silenciadas, Esto lo relaciono con dos cosas: uno, con un hecho propio del evento, y dos, con el movimiento  #YoSoy132.

Tal vez algo que estuvo un poco de más fue la lectura de los nombres de quienes estaban ahí o a cargo de la organización de la marcha. Lo mismo con el movimiento que se dio hace dos años previo a la ascensión del actual presidente al poder. En ambos casos, se han hecho visibles ciertas cabezas a partir de las cuales se van dando forma a los grupos, estableciendo roles, jerarquías, dinámicas de poder y acción. Aquí, dadas las características del movimiento, no sé si sería lo más conveniente que esto sucediera. Como hemos comentado en clase, cuando esta estratificación se produce, de un momento a otro la acción colectiva que tanto defendemos puede verse sesgada o perder fuelle porque quienes integran los grupos entran a un proceso de catalogación. Se ponen etiquetas, se va perdiendo la identidad grupal, y recae sobre ciertosindividuos en específico responsabilidades y tareas que se supone en un inicio eran parte del todo. Puede dejar de quedar claro el sentido de lo que se hace, del pensar, decir y sentir del colectivo; puede  despersonalizarse, disociarse o dispersarse el contingente.

Ahora mismo, según he podido leer en las redes, la situación en la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa es, lógicamente, de un desconcierto total. Muchos padres han tomado la medida de no dejar que sus hijos vuelvan a la escuela por aquello de que alguien los vaya a buscar. En una población de estas características, de un perfil socioeconómico bajo, esto puede tener más implicaciones de las que uno podría pensar: la interrupción (hasta quien sabe cuándo) de la formación académica es algo importante, pero si nos ponemos a pensar poquito más allá, como, por ejemplo, en el impacto en la calidad de vida de la población, que ya de por sí presenta dificultades, ahora el miedo creciente limitará aún más su campo de acción, derivando en retroceso del desarrollo y con la marginación en el horizonte como un escenario probable.

Desde las altas esferas del Estado se pedía paciencia. Y esa paciencia, ¿cuántas muertes más significaban?

La sociedad civil se encuentra, según Wolfe (1989), en "familias, comunidades, redes de amistad, conexiones solidarias en los lugares de trabajo, voluntarismo, grupos espontáneos y movimientos". Esto, claro, representará un parte-aguas para la gente de Guerrero: muchas miradas están puestas ahora mismo en el foco del conflicto, y claramente hay muestras de solidaridad y apoyo. Los brotes que se puedan generar, pienso yo, tendrán fuerza sin precedentes, tenderán a una cada vez más rápida movilización. Tantas desapariciones en los estados de Sinaloa y Michoacán, muertes en Juárez, y ciclos y olas de violencia en todo el país van a ser más visibles, porque se ha vuelto inadmisible.


“Hoy en día el hombre conoce el precio de todo y el valor de nada”.
Oscar Wilde

Me ha surgido una idea, a partir de involucrarme e que seguramente seguiré desarrollando porque me parece buena pero que para aquí y ahorita podría quedarse muy, pero que muy cortita y vaga. El problema de problematizar. ¿Cuál es el problema de problematizar? Que nos damos cuenta. Pero que no hagamos nada, que asimilemos y dejemos las verdades a medias, el ver lo que queramos ver y escuchar lo que se quiera escuchar. 

Porque problematizar puede ser el primer paso para llegar a algo. ¿Una solución? Puede ser. ¿Una respuesta? Tal vez. Pero hace falta implicación, compromiso. Ser parte de un movimiento social implica el cambio social y político.

¿La solución a todo esto? El otro día, un día después de la jornada de reflexión en ITESO, para ser exactos, me encontraba platicando con una amiga. Los dos estábamos barajando qué se podía hacer. Los dos coincidíamos en que esto es complicadísimo. Ella, que siempre ha resaltado por su sensatez, puso sobre la mesa la respuesta con más sentido común que he escuchado y que se me podía ocurrir. Suena a cliché, pero no por eso está -ni tantito- falta de razón. “Lo que hace falta, me dijo, es poner lo mejor de cada quien, ser la mejor persona que podamos ser”. Suena fácil, no lo es tanto, pero yo también por ahí veo una luz.

Queda el pensamiento general de que para cambiar estas formas, las mecánicas, dinámicas, prácticas, rituales, claramente, no es una cosa que se logra así como así, de la noche a la mañana, pero sí es cierto que cuanto más conscientes estemos de la situación, más sencillo resultará ponernos manos a la obra para atacar la situación y también invitar e Inculcar a otros a hacer lo propio, tanto en el nivel informativo, en la participación activa y en la promoción, el alzar la voz. Muchos otros movimientos se han quedado en un querer y no poder. Yo espero que este caso sea la excepción a la regla. Porque se quiere. Y ojalá ese querer sea poder.


Nota: Arjona se equivoca. El problema si es problema, y ya vimos que las consecuencias, es un hecho, ya las estamos viviendo en carne propia. ¿A qué esperamos?



Referencias bibliográficas:

Tilly, C. (1979). From mobilization to revolution. Reading: Addison Wesley, 1979.

Wolfe, A. (1989). Whose keeper. Berkeley, California: University of California Press.

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